En abril de este año, cuando llevaba dos meses publicando videos en mi canal de YouTube, hice una reseña sobre DeepSwapper, una plataforma que permitía hacer face swap gratis en fotos, sin ningún tipo de restricciones.

Hoy, 8 meses más tarde, es evidente la explosión de la oferta de herramientas de inteligencia artificial para intercambiar rostros en imágenes y videos. Plataformas como AI Face Swap, la mencionada DeepSwapper, Remaker, y muchas, muchas otras, se han posicionado dentro de esta tendencia, destacando por su facilidad de uso, resultados sorprendentes y, sobre todo, su gratuidad.

La accesibilidad de estas herramientas ha democratizado una tecnología que, hasta hace poco, era exclusiva de expertos en programas de diseño gráfico. Hoy, cualquier persona con acceso a internet puede generar en segundos algo que antes requería horas de trabajo especializado. Esto plantea un dilema: mientras muchos celebran las posibilidades creativas y de entretenimiento que ofrecen los face swappers, otros advierten sobre los riesgos que conlleva su uso indebido.

Desde bromas inofensivas hasta la creación de contenido altamente manipulado, el potencial de los face swappers es innegable. Pero, a medida, que esta tecnología avanza, también lo hacen las preocupaciones éticas y legales. La facilidad con la que se puede alterar una imagen o video abre la puerta a problemas graves, como la desinformación, la violación de la privacidad y el ciberacoso, poniendo en jaque la regulación y los límites éticos de estas herramientas.

¿El face swap debe ser regulado?

La irrupción de plataformas como AI Face Swap (que ni siquiera pide registrarse para hacer cambios de caras en imágenes) ha demostrado que la tecnología no solo avanza rápido, sino que se adapta a las demandas del público masivo. Con interfaces intuitivas y procesos simplificados, estas herramientas permiten a los usuarios cambiar rostros en segundos.

Sin embargo, esto que podría resultar alarmante, no abre realmente posibilidades materialmente nuevas, solo agiliza y expande el acceso a las que ya existían. Desde siempre ha habido ilustradores que han retratado a figuras públicas con diversos fines, incluso la sátira política. En Chile los mayores de 40 recordarán al Topaze. Y, en años más recientes, medios como The Clinic han usado los rostros y nombres de autoridades que van desde el Presidente de la República hacia abajo en tonos provocativos, sino es que derechamente insultantes.

Por tanto, que ahora no solo sean los ilustradores y diseñadores gráficos los que puedan agarrar la cara de Trump para hacer una crítica o broma, no me parece malo. El problema es con el uso malicioso, como el que hicieron con imágenes de alumnas del colegio Saint George.

Por eso es legítima la pregunta de cómo deben actuar los gobiernos y las empresas tecnológicas frente a esta explosión de herramientas gratuitas. ¿Es necesario regular su uso? ¿O se debe apostar por educar al público para identificar contenido manipulado? Yo abogo por lo segundo, pero estoy abierto a escuchar argumentos en torno a lo primero.

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