Hace unos meses me sumergí en la saga de libros de Dune, que me ha provocado muchas reflexiones. En un momento en que la Inteligencia Artificial comienza a permear casi todos los aspectos de la vida cotidiana, vale la pena detenerse a pensar en lo que está ocurriendo.
En una conversación con Vicente Rotman en el podcast No tan Humanos, abordamos con profundidad las implicancias éticas, prácticas y humanas de estas nuevas herramientas. A lo largo del diálogo exploramos tanto los temores como las oportunidades que la IA representa en ámbitos como el trabajo, la educación y la creatividad.
También compartimos historias reales: personas mayores que en una tarde logran lo que antes les tomaba semanas; estudiantes y emprendedores que descubren nuevas posibilidades; trabajadores que enfrentan el miedo al reemplazo. Más que celebrar avances tecnológicos, la conversación planteó preguntas necesarias: ¿Todo lo que se puede hacer, debe hacerse? ¿Qué espacio ocupan los valores en este escenario de cambio vertiginoso?
Una de las ideas centrales que surgió es que la Inteligencia Artificial, por mucho que impresione, no tiene conciencia ni comprensión. Modelos como ChatGPT no responden con razonamiento auténtico, sino con cálculos estadísticos. Imitan el lenguaje humano con una precisión notable, pero no saben lo que dicen. Esta reflexión no es solo técnica, es profundamente filosófica: ¿cómo confiar en algo que no piensa ni siente?
También se examinamos los efectos concretos en el mundo laboral. Existen casos de empresas que han reemplazado por completo sus call centers con IA, logrando mayor eficiencia, pero generando consecuencias sociales inquietantes. Se trata, muchas veces, de trabajos que no se hacen por vocación, sino por necesidad. Y su desaparición afecta precisamente a quienes más lo necesitan. Por eso, el foco no debe estar en frenar el avance, sino en anticiparse y prepararse con conocimiento.
Otro tema que abordamos fue el valor del pensamiento crítico. A diferencia de una IA, que tiende a confirmar lo que uno quiere oír, las personas desafían, cuestionan, contradicen. Esa fricción es la que permite crecer, construir ideas sólidas. El pensamiento sin conflicto se vuelve plano, complaciente. Avanzar sin interacción humana es como construir sin base: se pierde lo esencial.
Reflexiones sobre la relación con la IA desde la ciencia ficción: Dune y WALL-E
En la segunda parte de la entrevista profundizamos aún más en la diferencia entre lo humano y lo artificial. Se cuestiona el concepto mismo de “inteligencia” cuando se aplica a las máquinas. ¿Puede considerarse inteligente un sistema que no tiene idea de lo que dice? ¿Es pensamiento el procesamiento de patrones sin comprensión?
Un ejemplo sencillo lo ilustra bien: cuando una IA completa un refrán como “cuando el río suena, piedras trae”, no lo hace porque entienda la metáfora, sino porque ha aprendido que esa es la secuencia estadísticamente más probable. No hay interpretación, solo repetición avanzada. Esta distinción es clave para no atribuirle capacidades humanas a lo que no las tiene.
Eso no significa que la IA no sea poderosa. Pero debe verse por lo que es: una herramienta, no un ser autónomo. Como un martillo, puede construir o destruir. Todo depende del uso que se le dé. El desafío está en las decisiones humanas, no en la tecnología misma.
También destaqué la diferencia entre trabajar solo con IA y hacerlo en colaboración con otras personas. Aunque la IA puede generar contenido rápidamente y sin errores emocionales, se pierde la chispa de la interacción. Muchos procesos creativos nacen del choque de ideas, del debate, del encuentro entre miradas distintas. A propósito de eso fue que, dentro de la entrevista, mencioné el caso de Los Prisioneros.
Creo la conversación deja un mensaje claro: capacitar, educar, integrar. Llevar estas herramientas a todos los espacios, desde empresas hasta colegios y barrios. La inclusión tecnológica no debe ser una promesa, sino una práctica cotidiana.
Especialmente para las personas mayores, esto puede marcar una diferencia. Muchos creen que están al margen del mundo digital, pero si saben usar WhatsApp, ya pueden usar ChatGPT. Acortar esa brecha es parte de democratizar el acceso al conocimiento.
Y al final, lo que se plantea es una idea que va más allá de lo técnico: la IA debe servirnos, no reemplazarnos. No es un destino inevitable, sino una herramienta moldeable. Algo que se aborda constantemente en la saga de Dune, que recomiendo mucho en esta época en la que hay que fomentar la reflexión. También la película WALL-E.
Porque, al final, la decisión está en nuestras manos: ¿convertirnos en los guatones de WALL-E o en personas plenas que usan la tecnología como aliada? Esta entrevista es una invitación a reflexionar y a tomar parte activa en esa elección.